LA MENTE DEL PRINCIPIANTE
A diario construimos una cultura automatizada que repite sin cesar
lo conocido. Los pensamientos que
conforman nuestra mente son resultado del pasado. Adoramos las toneladas de tinta
y papel que yacen en bibliotecas y librerías en las que se ha impreso lo conocido. En lugar de cuestionar lo que leemos, en
lugar de dudar lo conocido que llega
a nosotros mediante las creencias, lo asimilamos sin mayor trámite. Vivimos la ilusión de lo novedoso, de lo revolucionario,
de lo moderno. Sin embargo, habitualmente se trata de continuidades disfrazadas
de cambio porque en el fondo deseamos que las cosas sigan igual. A lo sumo hablamos de cambios dirigidos más que nada al exterior,
a las acciones. Casi nunca dirigimos la mirada a nuestro interior. Ponemos atención en la forma y no en los contenidos, en lo accesorio y no en lo esencial.
De manera mecánica nos atamos y condicionamos al pasado que es vigente en nosotros a través de los diferentes
prejuicios, puntos de vista y opiniones. Convertimos nuestra vida en un rígido molde en el que la posibilidad de transformarse es percibida como una amenaza
para nuestras actitudes acomodaticias. En toda esta repetición del pasado nos
ufanamos de lo que ya sabemos, de lo que hemos leído y, en general, de lo experimentado.
Deseamos saber si vamos bien o mal por la vida, anhelamos
nos digan qué debemos hacer o evitar para ser felices y exitosos. No queremos percatarnos
que en todo este tipo de evaluaciones que indican que ya “mejoramos”
o bien, que hemos “empeorado”,
establecemos juicios de valor que emanan de las entrañas del poder. El control social
reglamenta cómo hay que vivir, qué hay que hacer y qué evitar para llevar
una vida ejemplar. Como parte de toda esta estrategia de sujeción se alaba y ensalza al experto, al que ya conoce algún campo de la vida y, por lo mismo, detenta alguna forma de poder. Por el contrario,
el “inexperto” enfrentará dificultades en esta cultura en la que
la mente del principiante, es tenida como una de las mayores desventajas para una sociedad
competitiva y mercantilista como la nuestra.
La Claridad del Principiante
Ser principiante significa que por desconocer determinada situación previa se está en desventaja
con quien ya la ha experimentado. No reflexionamos que la mente de quien observa
por primera vez lo nuevo que hay en cada momento o persona, es una mente atenta,
despierta, esmerada y concentrada, dispuesta a explorar lo desconocido que encierra
cada instante. En contraste, la mente del que ya sabe, del “experto” o del “sabio” se recarga en la voz de la experiencia a la que le otorgamos poder. Quien dice que ya sabe ha dejado de
explorar y, ahora, se encarga de enseñar y dogmatizar.
Quien se ufana de sus conocimientos cierra
tras sí la reja que lo aprisionará en lo conocido, en donde abundan las explicaciones
y respuestas emanadas de la experiencia. Quien se siente con una mente de experto, más que preguntar afirma y más que dudar
cree. Tal actitud aconsejada por
el temor y la soberbia, cancela posibilidades
de exploración y se aprisiona en el calabozo del dogma. En este encierro busca protegerse de los que pueden hacerle
daño con sus dudas. A diferencia de lo anterior, la mente que a pesar
de haber vivido muchas más veces que los “expertos” logra permanecer con la calidad del principiante
es una mente aguda, penetrante, curiosa, filosa y con la capacidad de regocijarse con lo nuevo. Quien a pesar de la experiencia (la repetición de una conducta previa)
puede maravillarse de los descubrimientos cotidianos en sí mismo, en los demás y en lo que lo rodea, es una mente despierta. Se ha
sacudido del sopor de lo conocido y de lo establecido, elementos que conforman
la mortal rutina que destruye a quien cabecea adormilado en la costumbre. La
experiencia es una forma de muerte, del mismo modo que la duda es vida.
La imagen de la experiencia está enraizada en nuestra cultura. Por ejemplo, creemos que
una persona “muy experimentada” sexualmente es el amante perfecto. Sin embargo, en la cama podría ser acartonada y seguir una especia de rutina previamente aprendida, su imagen de experto le resta dinamismo
y sencillez. El número de amantes o de relaciones sexuales no significan necesariamente intensidad y gozo. Por otro lado,
una persona con una “experiencia” similar (parejas o contactos sexuales) podría desempeñarse como principiante, esto es, con curiosidad, ingenio, novedad
y excitación fresca. Cada relación sexual es nueva y atractiva; la explora y disfruta intensamente pues es vivida como la primera,
no como una más de las tantas ya experimentadas. Tal vez éste sea uno de los
secretos de quien vive y comparte fogosamente su vida sexual. Si se permite
la expresión, es “un experimentado principiante”.
La Mente Vacía
Sentimos verdadero horror de que nuestra mente se encuentre vacía. Por todos los medios
intentamos llenarla de algo que dependiendo de nuestras creencias, gratifique y proporcione placer: libros, datos,
cifras, imágenes , televisión, fantasías de poder, de “éxito”, conversaciones “de altura” o superfluas,
sonidos, Internet. Tememos el silencio ignorando que es el principio de la creación. De
lo que se trata es de ocupar y de llenar la mente, pues debido a la “educación” que impera en nuestro sistema,
desde los primeros años del colegio se critica y se advierte de los riesgos de
tener una mente vacía. De hecho, la ignorancia es tenida como sinónimo de una mente vacía, pasando por alto que tal vez no
hay ignorancia más grande que el desconocimiento de nosotros mismos y que resulta muy difícil conocerse si tenemos una mente
repleta de datos, distracciones, información superficial e imágenes.
Imaginamos que la aceptación que anhelamos
de los demás dependerá de qué tanto sabemos, de qué tanto podemos impresionar
en una fiesta, en el café o en la universidad, citando autores , estadísticas de lo
que sea , hablando de nuestros conocimientos o de cualquier cosa. Lo importante es demostrar que nuestra mente no está vacía. Pero ¿De qué está llena nuestra mente? ¿Por qué esa compulsión por atiborrar la mente de cosas como sucede con algunos colegios de nuestros niños y jóvenes?
Es tan grande este horror a tener vacía la mente que realizamos al mismo tiempo varias actividades: leemos escuchando la radio, con la televisión encendida, fumando, bebiendo
o comiendo algo y, además, medio conversamos con quien está cerca de nosotros; lo
importante es llenar nuestra mente con varias cosas a la vez. De hecho, hay quien de plano dice no soportar la quietud y el silencio, sienten la ausencia de “algo” (persona, cosa o situación).
En estas circunstancias, un televisor encendido aunque no se le preste atención, puede ser un calmante para la angustia que
ocasiona el vacío. Tenemos problema con el “vacío”, y así, lo primero que observamos cuando entramos a un lugar
, es que tan vacío lo sentimos, para que de inmediato proporcionemos sugerencias decorativas que disimulen “lo que le
falta”.¿ Por qué nos incomodará lo vacío? En lo vacío hay posibilidad de
crear, hay placer. En el vació, al igual que en el silencio hay fuerza, energía, vida. Una mente vacía, sin estorbos, es filosa,
penetrante y a l vez gozosa.
La Mente Repleta
Una mente repleta es como una habitación en donde
la preocupación por llenar los vacíos ha producido amontonamientos. Es una mente con espacios reducidos en los que además de haber sacrificado la estética, el desplazamiento es trabajoso, accidentado,
sin la soltura que proporciona la armonía del espacio inteligentemente diseñado
a partir de lo vacío. De manera similar, una mente repleta del pasado, de lo que ya se sabe, preocupada por calificar en este
mundo mercantilista con un “buen propósito de vida” y lograr ser
considerada una persona “ejemplar”, es una mente condicionada, dócil,
obediente, asimilando con avidez los mandatos del poder. Es una mente fragmentada llena de prejuicios, va tropezando una
y otra vez con conceptos, normas y preceptos amontonados por doquier, obstaculizando el trabajo intenso, firme y ágil, que
requiere de espacios amplios, libres y vacíos, para construir a cada momento
su libertad.
Una mente vacía no es una mente que no percibe nada o a la que se le ha borrado toda información previa ; más que poner o quitar información es un asunto de calidad de la percepción, de cómo construimos una
nueva perspectiva sobre la realidad. La
mente vacía no está condicionada, ha logrado una nueva actitud, un modo de ser
y de estar , en el que si bien es necesario informarse, esto es tan sólo un aspecto
de la totalidad de lo que somos.
Esta percepción nueva nos ubica en un nivel diferente, en la creación, en la percepción de la totalidad, sin fragmentación
alguna.
Una
mente vacía puede discriminar entre lo conocido y lo desconocido y se atreve
a explorar las interrogantes que
florecen cuando ejercemos el derecho de dudar. Para una mente despierte aprender no es conocer, sino percatarse de lo que
se desconoce y aunque la palabra “vacía” incomode y sugiera que no
hay nada, existe un dinamismo y energía de calidad diferentes de donde puede brotar la creación.
La Creación
La creatividad no puede darse sobre algo existente
pues se trataría más bien de adecuación, modificación o adaptación a lo previo. Para crear tiene que haber un vacío que pueda dar lugar a un proceso de
transformación que implique ruptura y cambios
radicales en la perspectiva sobre nuestra realidad. La creación sobreviene en
la mente que no reproduce, es decir, en la mente vacía. Esto implica estar despierto. La creación se da en la mente que se concentra en descubrir lo desconocido, en explorar los vacíos para expandirse y percibir la
totalidad de las cosas. Este tipo de mente es la mente del principiante, despierta, curiosa, atenta, fresca. Una mente así
es incómoda para el conformismo al que hemos condenado nuestras vidas. Una mente de esta calidad es peligrosa para quienes
ejercen el control social.
La mente despierta no conoce tregua ni descanso en el trabajo cotidiano
que puede transformarnos a nosotros mismos y lo que nos rodea hoy, aquí y ahora. Vivimos condicionados por el qué dirán, por las distintas normas que indican qué es lo que hay que hacer y evitar para ser aceptados como personas decentes,
morales y, por lo mismo, dignas de confianza. El trabajo a realizar es intenso y tiene como materia prima nuestra propia persona
con sus apegos y miedos paralizantes. La mente despierta del principiante se
percata de las diversas dependencias que hemos ido desarrollando y que representan
un altísimo costo para nuestro bienestar. La mente despierta se percata de los
diferentes apegos que desarrollamos hacia creencias, la pareja, cosas materiales, fama, etcétera. La mente afilada en el vacío, es decir, sin creencia ni condicionamiento
alguno, se convierte en un peligro para el convencionalismo que a todo momento dictamina cómo hay que comportarse para ser admitido al Club de la Mediocridad.
Miedo
A pesar de nuestras declaraciones demagógicas no queremos ser libres. Creemos que ser libres es pensar
o decir lo que se antoje. Sin embargo,
no nos percatamos que aún diciendo lo que se nos ocurra seguimos encadenados. Las más de las veces eso que llamamos “nuestra opinión”,
no es otra cosa que repetición de lo que hemos aprendido a lo largo de un proceso de control social. Vivimos atrapados en
la telaraña del poder y, en lugar de profundizar en la ignorancia de nuestros
miedos y apegos atiborramos nuestra mente. La llenamos con ideologías, consignas,
rezos automáticos, frases programadas, lemas políticos, intentando con eso callar al rebelde que clama por la revolución interior.
Ante el dolor de nuestras frustraciones ocasionadas por las necesidades que nos gobiernan, optamos por saturar nuestra mente de todo aquello que se oferte como “sabiduría” o “espiritualidad”. Vagamos en busca de eso que confusamente llamamos paz y seguridad. Tenemos miedo. La mente despierta se afila en la duda, se fortalece en la crítica y
se templa en la observación permanente de la calidad de nuestra vida.
Una mente así no requiere de los somníferos de las creencias autoritarias. Día
a día, instante a instante, realiza un intenso trabajo de transformación en la
manera de mirarse a uno mismo y lo que nos rodea.
Dr. Gaspar Baquedano López
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